jueves, 11 de junio de 2009

Dr. Jekyll y Mr. Hyde

El extraño caso del Doctor Jekyll y Mister Hyde nos hace adentrarnos en los miedos más absolutos del hombre. En cómo la parte más escondida de nosotros sería capaz de cualquier cosa por el mero placer de disfrutar de nuestro poder sobre los débiles, de disfrutar de lo que sentiría un hombre sin ataduras morales, sin la inspección constante de la sociedad, de nuestros amigos y de nuestros enemigos...

El gran miedo, el Miedo con mayúsculas, no es hasta dónde somos capaces de llegar, sino lo poco que nos importaría llegar ahí si no tuviesemos los impedimentos éticos que nos dicta el mundo que nos rodea. Sacar el animal, buscar el placer por el placer, la lucha por el triunfo y el dolor como el arma más poderosa.
En la novela, se habla de una poderosa droga destinada a inhibir el aprendizaje social, esto es, la carga moral con la que nos asfixian desde los primeros meses de vida, y que condicionan nuestro comportamiento ante los demás.
El problema llega cuando la sensación de liberación que trae esa droga, que en nuestro tiempo podemos llamar alcohol, LSD, Extasis, marihuana, etc., se convierte en una parte de nuestro aprendizaje; cuando nos "acostumbramos" a actuar así y nos gusta. Por que, dejando de lado los males físicos que cualquier droga pueda causar, nuestra imagen se distorsiona ante los demás, como en el caso de Mister Hyde, quien era uno con el doctor Jekyll, pero a quien nadie reconocía al actuar de manera completamente inesperada en una persona de su estatus. Es entonces cuando la sociedad comienza a cerrar puertas. No porque se sienta amenazada por ese nuevo ser desatado de las cadenas sociales, sino porque temen verse reflejados en él, temen ver sus anhelos en el dolor que él inflige.

Y ese es el mayor miedo de la sociedad. Saberse débil ante la tentación de ser más fuerte que el prójimo. Por eso nos machacan con eslóganes y campañas de solidaridad, de igualdad y tolerancia. Por que quienes nos gobiernan saben y temen, como el resto de los individuos, por la propia seguridad del orden social.

Nos atan y justifican sus castraciones morales con salmos a la vacuidad, a la vida sedentaria, a unas vacaciones pagadas que nos relajan y nos hacen sentirnos afortunados de pasar quince días en una ciudad inventada para hacernos ver todos iguales ante el peligro supuesto de la inseguridad ciudadana. Ciudades de vacaciones, complejos turísticos y parques de atracciones que despejan nuestros deseos de ser diferentes y expresarlo.

La sociedad es el mejor invento de la sociedad y su mejor escudo de defensa. Y cuando un individuo se rebela, es el "invento" quien se vuelve contra él porque, naturalmente, el hijo no puede rebelarse contra su padre.

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